Los auténticos protagonistas de la escena, que ocupan el centro de la composición, son dos caballos parados y sueltos -uno de ellos pasta perezosamente las escasas matas de hierba que despuntan entre las piedras del primer término-, más que el pequeño grupo de hombres acampados del segundo término, captados mientras encienden una hoguera frente a una tienda de campaña en la que se disponen a pasar la noche, al tiempo que conversan y beben a pequeños sorbos.
El ambiente es frío, casi monocromo, y está plasmado a base de colores grises, pardos y verdes apagados; a pesar de ello, la columna de humo ascendente que se va desvaneciendo hasta fundirse con el cielo en un efecto atmosférico magistral y que al mismo tiempo sugiere la profundidad del espacio, la reducida compañía de figuras absortas a la hora del crepúsculo y la pincelada fresca y ágil sitúan al espectador frente a una obra muy sugerente.
La composición, hábilmente estructurada desde un punto de vista bajo, presenta una observación del natural poco común, que centra la atención en los aspectos naturalistas del cuadro y confiere fuerza y credibilidad tanto a los dos animales que se recortan sobre el tenue contraluz, como al grupo de hombres sentados.
Por otra parte, el propio Pasini escribió en una carta de 1863: «En Oriente, todo es absolutamente gris y árido, sobre todo en Persia y en Asia Menor; por ello, donde hay vegetación, ésta brilla con un fulgor inimaginable en Europa: el verde parece un fuego de Bengala, no sólo por la claridad del aire y el resplandor del sol, sino por el contraste con la gris aridez de aquella región».
Aquí el pintor se aparta de la teatralidad de algunas escenas de Eugène Fromentin y de su maestro, Chassériau. Aunque se mantiene fiel a su repertorio habitual, renuncia a los colores vivos y a un dibujo demasiado preciso, liberando la composición del estilo estereotipado típico del orientalismo fantástico y literario de la época; con ello hace gala de un dominio de la pintura del natural que será característica de su madurez, a partir de la década de 1870.
Además, se advierte siempre la huella de la atenta y curiosa observación de Pasini, incluso en obras ejecutadas a posteriori, a partir de recuerdos a veces lejanos. El artista, a diferencia de muchos de los pintores de su época, que prefieren trabajar en la tranquilidad de su estudio, sintió la imperiosa necesidad de viajar a países lejanos para pasar en ellos una temporada y poder observarlos atentamente, así como de pintar directamente in situ. No pudo cumplir este deseo hasta 1855, cuando sustituyó a Chassériau como pintor oficial en la misión del diplomático Prosper Bourée que, atravesando Egipto, Arabia y Yemen, les condujo hasta el golfo Pérsico. Su prolongada estancia en Teherán y las frecuentes excursiones a las regiones limítrofes le permitieron descubrir lugares de una belleza extraordinaria.
Dondequiera que fuera, Pasini se dedicaba a pintar al aire libre, jugando hábilmente con las sombras y luces y plasmando en el lienzo los colores, los edificios, la gente y las escenas cotidianas. Las imágenes «robadas» a Oriente le permitieron huir de los grises cielos europeos y le valieron el reconocimiento general del público, así como distintos premios: de hecho, participó en los Salons parisinos de 1859, 1863, 1864 y 1868, consiguiendo en cada edición una medalla y convirtiéndose en breve tiempo en uno de los pintores orientalistas más populares de Europa.
Giovanni Godi
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